ESTUDIO EN ESCARLATA.




Al señor Sherlock Holmes le llego una carta de  Tobías Gregson informándole que había ocurrido un asesinato en la carretera Brixton, en una casa deshabitada e indicando que no sabían cómo expresar el hecho ya que todo se encontraba revuelto, le pedían de su apoyo para formular otra opinión.   
Holmes y el doctor acuden al lugar, se bajaron antes de llegar a la casa, con la finalidad de ir inspeccionando. Se paseó tranquilamente por la Accra, contempló de manera inexpresiva el suelo, el cielo, las casas de la acera de enfrente y la línea de verjas, todo ello con un aire despreocupado. Una vez que hubo terminado ese escrutinio, se encaminó lentamente por el sendero, manteniendo la vista clavada en el suelo. En el suelo húmedo arcilloso veíanse muchas huellas de pies; pero los policías habían ido y venido por el sendero. Sin embargo, después de las demostraciones extraordinarias que ya había tenido con la rapidez de su facultad de percepción, él era capaz de descubrir muchas cosas más.
Antes de entrar a la casa Holmes realizo una serie de preguntas a los detectives: De cómo habían llegado hasta ahí, si en coche de alquiler? Por lo cual respondió Gregson que no y que tampoco Lestrade. Después de esta observación, que no venía al caso, se metió en la casa muy despacio, seguido de Gregson.
 No hay clave alguna dijo Gregson, Absolutamente ninguna canturreó Lestrade. Sherlock Holmes se acercó al cadáver, se arrodilló y lo examinó con gran atención. ¿Están ustedes seguros de que no tiene ninguna herida? preguntó, apuntando con el dedo hacia las muchas manchas y salpicaduras de sangre que había a su alrededor. Mientras hablaba, sus ágiles dedos volaban de aquí para allá, por todas partes, palpando, presionando, desabrochando, examinando, tan veloz fue el examen, que difícilmente podría uno adivinar la minuciosidad con que había sido llevado a cabo. Para terminar, oliscó los labios del muerto después echó una ojeada a las suelas de sus botas de charol.
Holmes pregunto: ¿Nadie lo ha movido de cómo está? Tan sólo aquello que se requirió para el examen que nosotros hemos hecho. Pueden ya llevarlo al depósito de cadáveres dijo. No hay nada más que averiguar.
Al levantarlo se oyó el tintineo de un anillo que cayó y rodó por el suelo. Lestrade se apoderó de él y se quedó mirándolo, lleno de confusión. Aquí ha estado una mujer exclamó. Éste es un anillo de boda de una mujer.
Esto complica la tarea dijo Gregson. ¡Y bien sabe Dios que ya tenía bastantes complicaciones! ¿Está usted seguro de que no la simplifica? hizo notar Holmes. Nada se averigua con quedarse mirando el anillo.
Uno de los detectives indico que Drebber se hallaba a punto de regresar a Nueva York. Holmes siguió con sus preguntas: ¿Han hecho ustedes alguna averiguación acerca del individuo Stangerson? Gregson  respondió haber enviado anuncios a todos los periódicos, y uno de sus hombres ha marchado al American Exchange, sin que haya regresado todavía. ¿Preguntaron a Cleveland? Esta mañana pusimos el telegrama. ¿Cómo lo redactó?
¿No pidió usted detalles de ningún punto que le pareciera decisivo? Pedí informes acerca de Stangerson. ¿Nada más que eso? ¿No existe algún detalle sobre el que parece girar todo el caso? ¿No quiere usted  volver a telegrafiar?
Mientras tenían esta conversación, Lestrade se quedó analizando en el cuarto donde ocurrió el asesinato y después le indico a Gregson que acababa  de hacer un descubrimiento de la mayor importancia y que habría pasado por alto si yo no hubiese examinado cuidadosamente las paredes,  alguien había garrapateado, en letras rojas escritas con sangre, una sola palabra: Rache. Lestarde: Fíjense en la vela que hay encima de la repisa de la chimenea. Cuando esto se escribió esa vela estaba encendida; y al estar encendida la vela, resultaba este rincón el mejor iluminado de toda la pared, en lugar de ser el más oscuro, quien la escribió iba a poner el nombre femenino Rachel, pero algo ocurrió antes que él o ella, tuviera tiempo de terminar la palabra.
Holmes les pidió que le permitieran analizar las pistas, al mismo tiempo que hablaba sacó de su bolsillo una cinta de medir y un gran cristal redondo de aumento. Provisto de estos dos accesorios recorrió, sin hacer ruido, de un lado a otro el cuarto, deteniéndose en ocasiones, arrodillándose alguna vez y hasta tumbándose con la cara pegada al suelo.         Holmes  Continuó en su búsqueda por espacio de veinte minutos o más, midiendo con el mayor cuidado la distancia entre ciertas señales, y aplicando algunas veces la cinta de medir a las paredes de un modo igualmente incomprensible. En uno de los sitios reunió con gran cuidado un montoncito de polvo gris del suelo y se lo guardó dentro de un sobre. Por último, examinó con su lente de aumento la palabra escrita en la pared, revisando cada una de las letras de la misma con la exactitud más minuciosa.
Una vez concluida su análisis dijo Sherlock Holmes: Lo envenenaron, y echó a andar. Otra cosa más, Lestrade agregó, dando media vuelta al llegar a la puerta: rache es una palabra alemana que equivale a castigo; de modo pues, que no pierda tiempo buscando a la señorita Rache.
Holmes en lo primero en que se fijo al llegar allí fue que un coche había marcado dos surcos con sus ruedas cerca del bordillo de la acera. Ahora bien: hasta la pasada noche, y desde hacía una semana no había llovido, de manera que las ruedas que dejaron una huella tan profunda, necesariamente estuvieron allí durante la noche. También descubrió las huellas de los cascos del caballo; el dibujo de una de ellas estaba marcado con mayor nitidez que el perfil de los otros tres, lo que era una indicación de que se trataba de una herradura nueva. Supuesto que el coche encontrábase allí después de que empezó a llover y que no estuvo en ningún momento durante la mañana, en lo cual tenía la palabra de Gregson, se sigue de ello que no tuvo más remedio que estar allí durante la noche; por consiguiente, ese coche llevó a los dos individuos a la casa.
Holmes indico que nueve casos de diez puede deducirse la estatura de un hombre por la largura de sus pasos, pudo ver la anchura de los pasos de este hombre tanto en la arcilla de fuera de la casa como en la capa de polvo del interior. Fuera de esto, dispuse de un medio para comprobar su  cálculo. Cuando una persona escribe en una pared, instintivamente lo hace a la altura, más o menos! del nivel de sus ojos. Pues bien: aquel escrito estaba a un poquito más de seis pies del suelo. Cuando un hombre es capaz de dar pasos de cuatro pies y medio sin el menor esfuerzo no es posible que haya entrado en la edad de la madurez y el agotamiento. De esa anchura era un charco que había en el camino del jardín y que ese hombre había, sin duda alguna, pasado de una zancada. Las botas de charol habían bordeado el charco, y las de puntera cuadrada habían pasado por encima. En todo esto no se encierra misterio alguna, la escritura de la pared se hizo con el dedo índice empapado de sangre. Su lente de aumento le permitió descubrir que al hacerlo había resultado el revoco ligeramente arañado, lo que no habría ocurrido si la uña de aquel hombre hubiese estado recortada. Recogió algunas cenizas esparcidas por el suelo. Eran de color negro y formando escamillas; es decir, se trataba de cenizas que sólo deja un cigarro de Trichinopoly. Ha realizado un estudio especial acerca de la ceniza de los cigarros. Tiene escrita una monografía acerca de este tema.



*Investigación de Lestrade: lo que se refiere a su investigación, se trata simplemente de una añagaza para lanzar a la Policía por una pista equivocada, sugiriéndole que es cosa de socialistas y de organizaciones secretas.
Holmes relatando en sus observaciones: No lo hizo un alemán. Si usted se fijó, la A tenía cierto parecido con la letra impresa al estilo alemán. Ahora bien, un alemán auténtico, cuando escribe en tipo de imprenta, lo hace indefectiblemente en caracteres latinos y por eso podemos afirmar sin temor a equivocarnos que ese letrero no fue escrito por un alemán.                                                                                                      
 El de las botas de charol y el de las punteras cuadradas llegaron en el mismo coche de alquiler y avanzaron por el sendero juntos de la manera más amistosa, agarrados del brazo con toda posibilidad. Una vez dentro se pasearon por la habitación; mejor dicho, el de las botas de charol permaneció en un lugar, mientras el de las punteras cuadradas iba y venía por el cuarto. Todo esto lo pude leer en la capa de polvo, y pude leer también que a medida que se paseaba iba también excitándose más y más.                                                                                                                            
  Holmes pidió a los detectives que le dieran la dirección del guardia para hacerle la entrevista personalmente a Rance, una vez que se llegó a la casa del guardia comenzó con sus preguntas:   ¿Cómo era ese individuo? preguntó Sherlock Holmes. Esta digresión irritó algo a John Rance, y dijo: Era un tipo de borracho fuera de lo corriente. Era un individuo alto, de cara rubicunda, con la parte inferior de la misma embozada en... No hace falta más exclamó Holmes. ¿Y qué se hizo de él? ¿Cómo iba vestido? Con un gabán color marrón. ¿Empuñaba en la mano un látigo? ¿Un látigo?... Pues no. Debió venir sin él masculló mi compañero. Y después de eso, ¿No vio ni oyó pasar un coche de alquiler? No.
Holmes deduce que el borracho es el asesino, coincide su información con la del guardia y que si regreso al lugar fue por ¡Por el anillo, por el anillo!; por eso volvió.                                              
Realiza una estrategia con un anuncio en el periódico que decía, en la carretera de Brixton, fue encontrado un anillo en medio de la calzada, entre la taberna de El Ciervo Blanco y Holland Grove. Dirigirse al doctor Watson, 221 B, Baker Street, entre las ocho y las nueve de esta tarde. Holmes tiene un anillo casi idéntico al que se encontraron en la casa, con la finalidad de que si se presentaba el asesino le entregarían él anillo, lo seguiría y así poder atraparlo. Consigue su objetivo, se presenta una señora de edad avanzada e indicando que la joya le corresponde a su hija y que lo extravío en la noche que fue al circo, Sherlock le pregunta a la anciana en dónde vive, por lo cual ella le responde que  en el trece de Duncan Street, Houndstich, que es mucho camino desde aquí. Entre la carretera de Brixton y floundstich no hay ningún circo dijo con sorpresa Sherlock Holmes. La vieja se dio media vuelta y miró vivamente a Holmes con sus ojillos bordeados de rojo, y contestó: Este caballero me preguntó que dónde vivía yo. Sally ocupa habitaciones amuebladas en el tres de Mayfield Place, Packham. Al final decidieron entregarle el anillo, en cuanto salió la señora Holmes fue tras ella para averiguar más, pero su intento fue fallido, resulto ser que la señora era un actor y la dirección que brindo nadie la conocía.
Holmes formo su propio cuerpo de policías, teniendo un grupo de vagabundos que eran seis personas. Con voz aguda les indica que se formaron en línea y les indica: En adelante me enviaréis a Wiggins solo, para que venga a informarme de lo que haya, y los demás tendréis que quedaros en la calle. ¿Lo habéis averiguado ya, Wiggins? No, señor; todavía no contestó uno de los muchachos. Holmes le explica al doctor que la sola presencia de una persona con aspecto de funcionario basta para sellar la boca a cualquiera. Sin embargo, el grupo que formo de vagabundos  se meten por todas partes y lo escuchan todo. Además, son tan agudos como agujas; lo único que les hace falta es tener organización.                                                                                                    



Gregson le hace una visita a Holmes haciéndole saber que ya atrapo al asesino y que esta tras las rejas, Sherlock pide que le explique de cómo es que lo atrapo y este comienza: Lo más divertido del caso es que ese tonto de Lestrade, que se cree tan listo, se ha lanzado por una pista completamente equivocada. Anda a la búsqueda del secretario Stangerson, que tiene tanta relación con el crimen como un niño que no ha nacido aún. No me cabe duda de que ya le habrá echado el guante. Esa idea cosquilleó de tal manera a Gregson, que rompió a reír hasta que casi se ahogaba.  ¿Recuerda usted el sombrero que encontramos junto al cadáver? Sí dijo Holmes. Era de John Underwood e hijos, ciento veintinueve, Camberwell Road. Gregson pareció de pronto alicaído, y dijo: No creía que usted se hubiese fijado en ello. ¿Estuvo en esa dirección? No. ¡Ah! exclamó Gregson, con voz de alivio. Nunca hay que desdeñar posibilidades, por pequeñas que parezcan. Nada es pequeño para una inteligencia grande sentenció Holmes.                              
   Gregson: me presenté en la casa Underwood, y pregunté a este señor si había vendido un sombrero de tal medida y de tales características. Revisó sus libros y dio en el acto con él. Había enviado el sombrero a un señor Drebber que se alojaba en la pensión Charpentier, Torquay Terrace. Así es como conseguí la dirección del muerto.
El detective dedujo que Charpentier Arturo fue el asesino por la entrevista que tuvo con la madre y  por las horas que el hijo estuvo ausente determino que él era culpable ya que cuando detuvo a Arturo no se resistió, sabía de la muerte del señor Drebbler, no supo dar la dirección de su amigo con quien indico que dio un gran paseo. Para Gregson él era el culpable, se basó en su hipótesis donde Arturo siguió a Drebber hasta la carretera de Brixton. Una vez allí, se enzarzaron otra vez en un altercado, y Drebber recibió en el curso de éste un garrotazo, quizá en la boca del estómago, que lo mató sin dejar señal del golpe. La noche era tan lluviosa, que no andaba nadie por allí, y entonces Charpentier arrastró el cadáver de su víctima hasta el interior de la casa deshabitada. La vela, la sangre, la inscripción en la pared y el anillo bien pudieran ser otros tantos ardides para lanzar a la Policía por una pista falsa.




Segundos después llego llegó al departamento de Holmes el detective Lestrade, se quedó en pie en el centro de la habitación, manoseando nerviosamente el sombrero y sin saber qué hacer. Por último, dijo: Este caso es de los más extraordinarios. Sí, es un asunto de lo más incomprensible. ¿De modo, señor Lestrade, que se ha convencido de ello? exclamó Gregson con acento de triunfo. Ya pensaba yo que llegaría usted a esa conclusión. ¿Consiguió dar con el paradero del señor Joseph Stangerson, el secretario? El secretario señor Joseph Stangerson contestó con mucha gravedad Lestrade fue asesinado esta mañana, a eso de las seis, en el Hotel Reservado de Halliday. Holmes pide les explique lo ocurrido, Lestrade indica que el pensaba que Stangerson tenía algo que ver en la muerte de Drebber, así que se dio a la tarea de buscarlo donde parecía lo más lógico de encontrarlo pero para su sorpresa ya lo habían matado, la ventana de la habitación estaba abierta, y junto a ella, hecho un ovillo, yacía el cadáver de un hombre en camisa de dormir. Estaba muerto y así debía de llevar bastante tiempo, porque tenía los miembros rígidos y fríos. Al ponerlo boca arriba, el botones lo identificó en el acto como el mismo caballero que había alquilado la habitación a nombre de Joseph Stangerson. La muerte había sido producida por una profunda cuchillada en el costado izquierdo que penetró seguramente hasta el corazón, tenía escrito la palabra Rache con sangre.
Holmes le pregunta a Lestrade:  ¿Y no encontró usted en la habitación nada que pueda servir de clave para descubrir al asesino? Nada. Stangerson tenía en el bolsillo el portamonedas de Drebber, cosa que, según parece, era lo corriente, puesto que era él quien hacía todos los pagos. Contenía ochenta y tantas libras, que estaban intactas. Cualesquiera que sean los móviles de estos extraordinarios crímenes, hay que descartar, desde luego, el del robo. En los bolsillos del muerto no se encontraron documentos ni anotaciones, fuera de un telegrama fechado hará un mes en Cleveland, y cuyo texto era: «J. H. está en Europa,» El mensaje no traía firma.                                                                ¿Y no había nada más? preguntó Holmes. Nada que tuviese la menor importancia. Una novela, que el muerto estuvo leyendo hasta que concilió el sueño, estaba encima de la cama, y su pipa, en una silla al lado de la misma. Sobre la mesilla había un vaso de agua, y en el antepecho de la ventana una cajita de ungüento, de las de viruta, que contenía dos píldoras.                                            Holmans  ¿Tiene usted a mano las píldoras en cuestión? Las tengo encima dijo Lestrade, sacando una cajita blanca. Las cogí, lo mismo que el monedero y el telegrama, con el propósito de guardarlas en lugar seguro en la comisaría. Lo hice por verdadera casualidad, porque no tengo más remedio que decir que no les atribuyo la menor importancia. Démelas dijo Holmes. Y ahora, doctor prosiguió volviéndose hacia mí, ¿quiere decirme si se trata de píldoras corrientes? No lo eran, desde luego, Eran de un color gris perla, pequeñas, redondas y casi transparentes a contraluz. Hice este comentario: Por lo livianas y transparentes que son, yo calculo que han de ser solubles en el agua. Eso es precisamente contestó Holmes. Y ahora, ¿tendría usted la amabilidad de ir al piso de abajo y traerse a ese pobrecito terrier que lleva tanto tiempo enfermo y que nuestra patrona, le pedía ayer a usted que lo despenase?                               Voy a proceder a dividir en dos una de estas píldoras dijo Holmes, y sacando un cortaplumas puso sus palabras en acción. Una mitad la volvemos a meter en la cajita para futuras demostraciones. Echará la otra mitad dentro de este vaso de vino, que tiene en el fondo una cucharadita de agua. Ya ven cómo tenía razón nuestro amigo el doctor, y lo fácilmente que se disuelve. Quizás esto sea muy interesante dijo Lestrade con el tono ofendido.                                                                       Holmes agrego a la mezcla un poco de leche, para que tenga buen sabor, y ya veremos cómo el perro lame bastante a gusto cuando se la pongamos delante, el perro la bebió, pasaron un par de minutos y no le paso nada al animal, Holmes no se explicaba lo que estaba ocurriendo ya que esperaba un resultado diferente. Holmes  se abalanzó hacia la cajita, dividió en dos la otra píldora, la disolvió, le agregó leche y se la presentó al terrier. Casi ni tiempo había tenido el desdichado animal de humedecer su lengua en el líquido cuando sufrió un temblor convulsivo en todos sus miembros y quedó tan rígido y sin vida como si lo hubiese herido el rayo.
Holmes les dice a los detectives que el tuvo la  buena suerte de aferrarse a la única clave auténtica que tenían delante ella, y todo cuanto ha ocurrido desde entonces ha servido para confirmar su suposición primera; mejor dicho, no fue sino secuencia lógica. De ahí que las cosas que a ustedes los dejaban perplejos y que hacían que el caso se les presentase más oscuro, sirviesen para iluminármelo a mí para reforzar las conclusiones a que había llegado.





 Los detectives le indican a Holmes que lo habían intentado todo y que ambos fracasaron. Desde que entré en esta habitación se ha dejado usted decir que poseía todos los elementos de juicio que le hacen falta. Estoy seguro de que no seguirá usted reservándoselos.
El joven Wiggins, portavoz de los vagabundos callejeros, introdujo su personalidad insignificante y desagradable. Con permiso, señor dijo, llevándose los dedos a la guedeja delantera. Tengo abajo el coche. Eres buen muchacho dijo Holmes con benignidad. ¿Por qué no adoptan este modelo en Scotland Yard? prosiguió mientras sacaba de un cajón unas esposas de acero.
Holmes: El cochero podría ayudarme a cargar mis maletas. Pídele que suba, Wiggin. Oiga, cochero: écheme una mano, sujetando esta hebilla dijo, poniendo la rodilla encima, pero sin volver ni un momento la cabeza. El hombre aquel se adelantó con expresión arisca y desafiadora y apoyó sus manos para ayudar. Se oyó de pronto un clic seco, un tintineo metálico y Sherlock Holmes volvió a ponerse en pie de un salto, exclamando con ojos centelleantes: Caballeros, permítanme que les presente al señor Jefferson Hope, asesino de Enoch Drebber y Joseph Stangerson. Todo fue cosa de un instante.
Sherlock empezó a explicar de cómo es que supo que él era el asesino: como es natural, por examinar la carretera, y descubrí, según se lo tengo explicado ya, las huellas claras de un carruaje, y este carruaje, como lo deduje de mis investigaciones, había estado allí en el transcurso de la noche. Por lo estrecho de la marca de las ruedas me convencí de que no se trataba de un carruaje particular, sino de uno de alquiler. El coche Hansom de cuatro ruedas que llaman Growler es mucho más estrecho que el particular llamado Brougham. Fue ése el primer punto que anoté.
En la ciencia detectivesca no existe una rama tan importante y tan olvidada como el arte de reconstruir el significado de las huellas de pies. Descubrí las fuertes pisadas de los guardias, pero vi también la pista de dos hombres que habían pisado primero el jardín. Era cosa fácil afirmar que habían pasado antes que los otros, porque en algunos sitios sus huellas habían quedado borradas del todo al pisar los segundos encima mismo. Es como fabriqué mi segundo eslabón, que me informó de que los visitantes nocturnos habían sido dos, uno de ellos notable por su estatura. Esta última deducción quedó confirmada al entrar en la casa. Allí tenía delante de mí al hombre bien calzado. Por consiguiente, si había existido asesinato, éste había sido cometido por el individuo alto. El muerto no tenía en su cuerpo herida alguna, pero la expresión agitada de su rostro me proporcionó la certeza de que él había visto lo que le venía encima. Las personas que fallecen de una enfermedad cardíaca, o por cualquier causa natural repentina, jamás tienen en sus facciones señal alguna de emoción. Cuando olisqué los labios del muerto pude percibir un leve olorcillo agrio, y llegué a la conclusión de que se le había obligado a ingerir un veneno. Deduje también que le habían obligado a tomarlo por la expresión de odio y de temor que tenía su rostro. Había llegado a este resultado por el método de la exclusión, porque ninguna otra hipótesis se ajustaba a los hechos.
Desde el primer instante me sentí inclinado a esta última suposición. Los asesinos políticos tienen por costumbre darse a la fuga en cuanto han realizado su cometido. Este asesinato, por el contrario, había sido llevado a cabo de un modo muy pausado, y quien lo perpetró había dejado huellas suyas por toda la habitación, mostrando con ello que había estado presente desde el principio hasta el fin. Ofensa que exigía un castigo tan metódico era, por fuerza, de tipo privado, y no político. Al descubrirse en la pared aquella inscripción, me incliné más que nunca a mi punto de vista. Estaba demasiado claro que aquello era una aliagaza.
Pero la cuestión quedó zanjada al encontrarse el anillo. Sin duda alguna, el asesino se sirvió del mismo para obligar a su víctima a hacer memoria de alguna mujer muerta o ausente. Al llegar a este punto fue cuando pregunté a Gregson si en su telegrama a Cleveland había indagado acerca de algún punto concreto de la vida anterior del señor Drebber.
Al no ver señales de lucha, llegué, desde luego, a la conclusión de que la sangre que manchaba el suelo había brotado de la nariz del asesino, debido a su emoción. Pude comprobar que la huella de la sangre coincidía con la de sus pisadas. Es cosa rara que una persona, como no sea de temperamento sanguíneo, sufra ese estallido de sangre por efecto de la emoción, y por ello aventuré la opinión de que el criminal era, probablemente, hombre robusto y de cara rubicunda.
Procedí a realizar lo que Gregson había olvidado. Telegrafié a la Jefatura de Policía de Cleveland, circunscribiendo mi pregunta a lo relativo al matrimonio de Enoch Drebber. La contestación fue terminante. Me informaba de que ya con anterioridad había acudido Drebber a solicitar la protección de la ley contra un antiguo rival amoroso, llamado Jefferson Hope, y que este Hope se encontraba en Europa. En ese momento había yo llegado mentalmente a la conclusión de que el hombre que había entrado en la casa con Drebber no era otro que el mismo cochero del carruaje. Las marcas que descubrí en la carretera me demostraron que el caballo se había movido de un lado a otro de una manera que no lo habría hecho de haber estado alguien cuidándolo
Y, por último, si alguien quiere seguirle los pasos a otra persona en sus andanzas por Londres, ¿qué mejor medio puede adoptar que el de hacerse conductor de un coche público?
Desde el punto de vista suyo, cualquier cambio repentino podría atraer la atención hacia su persona. Lo probable era que, por algún tiempo al menos, siguiese desempeñando sus tareas.           Tampoco había razón para suponer que actuase con un nombre falso. ¿Para qué iba a cambiar el suyo en un país en el que éste no era conocido por nadie? Por eso organicé mi cuerpo de detectives vagabundos, y los hice presentarse de una manera sistemática a todos los propietarios de coches de alquiler de Londres, hasta que huronearon dónde estaba el hombre tras del que andaba yo.






Sherlock Holmes:
El tipo de investigación que realiza Sherlock Holmes es muy detallada, de mucha observación,  no deja pasar un solo detalle, por más obvio o insignificante que este pareciera, se planteó hipótesis sobre los hechos, las ventajas que tiene es que realmente a estudiado, investigado e indagado más allá que los otros dos detectives pueden esperarse, como lo demuestra desde el principio, analiza las huellas del carruaje, las pisadas tanto dentro de la casa como del patio y basándose en sus métodos puede definir o dar un aproximado de la estatura del individuo, tiene el conocimiento de las cenizas de los cigarros, sabe sobre la escritura alemana, realizo las preguntas necesarias para determinar qué es lo que estaba faltando en la investigación y sobre eso actuó, supo de la vida personal de Drebber y que es lo que había detrás, fue así como llego a atrapar al esesino,   aunque no  era un caso que le correspondía y aun sabiendo que los méritos se los quedarían los otros dos detectives, no dejo de investigar, esto demuestra que realmente hubo un interés desinteresado, sin esperar nada a cambio, solo el querer resolver el crimen.

Scotland Yard.

Detective Gregson y Lastrade.

Estos dos detectives solo se basan en lo que ven, en lo que parece obvio y no hay una investigación profunda, se quedan en la primera pista y sobre eso hacen su hipótesis, no trabajan en conjunto, solo buscan la manera de poder destacar, cada uno trabaja por su parte.

Gregson: investiga la dirección de Drebber de donde se estaba hospedando, cuestiona a la señora Charpentier y descubre que su hijo Arturo tubo una riña con el señor Drebber, esto lo lleva a interrogar al joven y en su hipótesis de investigación define que él es el responsable de la muerte pues estuvo mucho tiempo fuera de su casa e indico que paso tiempo con un amigo del cual no sabe su dirección, por ese motivo lo encierra, sin investigar más afondo, sin analizar la situación, una decisión carente de información.


Lastrade: Por su parte busca al secretario creyendo que es responsable, investiga su paradero, al localizarlo este se encuentra muerto y de igual forma escrita con sángrela palabra rache, recoge unas pertenencias que pensaba llevar a la comisaría, sin darse cuenta que llevaba la pista clave de todo ello, las pastillas con que fue envenenado Drebber, aun sabiendo que anteriormente ya lo había mencionada Holmes pero no se dio a la tarea de analizarlas. 



1 comentario:

  1. Qué fue lo que Lestrade le preguntó al botones del hotel Halliday y qué pasó?

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